viernes, 19 de junio de 2009


Adiós a Vicente Ferrer


Hay personas que no deberían morir, porque son buenas, porque son necesarias, porque son valiosas, porque se preocupan por los demás, porque merecen vivir eternamente. Bien podría estar hablando de uno de mis mejores amigos al que, por desgracia, hemos perdido hace escasos días. Sin embargo, y teniendo en cuenta que los recuerdos de los amigos no se cuentan sino que se guardan en el corazón, esta entrada trata de Vicente Ferrer, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia que ha muerto esta madrugada a la 1:15 en su casa en Anantapur (India).

Durante medio siglo, cambió la vida de cientos de miles de desposeídos y se erigió en un referente internacional del trabajo humanitario, dejando a su muerte una vida de novela.

Nacido el 9 de abril de 1920, eligió sin duda mala fecha, ya que a punto de cumplir los 18 años, fue llamado a filas por el bando republicano, para luchar en la guerra civil que desató en el verano de 1936 un golpe militar nacionalcatólico. A el, que era comunista, le iba a tocar defender sus ideas con las armas en la cruenta batalla del Ebro en 1938. Tras su paso por los campos de concentración franquistas al final de la guerra, conservó las ganas de luchar, comenzó estudios de derecho y posteriormente, se hizo jesuita, con la idea de ayudar a los demás.

En 1952 es enviado a la India como misionero. Desde entonces, no paró de trabajar para erradicar el sufrimiento de los más pobres del país. Muchas veces, su labor generó suspicacias entre los dirigentes políticos, ya que se empeñaba en decirles a los “intocables”, a los pobres de los pobres, que ellos también tenían derecho a vivir y a hacerlo con dignidad. Así era más difícil que los ricos se aprovecharan de ellos y los explotasen. Y eso, por supuesto, no interesaba, mano de obra barata ante todo.

Por muy sorprendente que parezca, las suspicacias fueron aún mayores entre los mandamases de la Compañía de Jesús. Sus métodos no gustaban, estaba mucho más empeñado en ayudar a la gente que en convertirla al catolicismo, demasiado alejado de los intereses de la compañía que solo buscaba aumentar el número de bautizos. No lo expulsaron de la congregación, pero los políticos sí que lo hicieron de la India, lo que provocó que 30.000 campesinos, secundados por intelectuales, y líderes religiosos, se movilizaran como protesta. La primera ministra Indira Gandhi intervino. Ferrer se marcharía a Europa para “unas cortas vacaciones”, y sería bien recibido de vuelta.

Un año después, en 1969, regresó y se instaló en Anantapur (Andhra Pradesh), uno de los distritos más pobres del país y, menos de 12 meses después, sería expulsado de la Compañía de Jesús , viéndose obligado a crear su propia fundación junto a la que sería su mujer meses después, Anna Perry (Essex, Inglaterra, 1947), que trabajaba como reportera y lo dejó todo para acompañarlo en lo que ha terminado siendo una gran aventura.


Desde entonces y durante todos estos años, centró sus esfuerzos en 6 aspectos: sanidad, educación, discapacitados, mujer, vivienda y ecología, siendo los 2 primeros absolutamente claves. Una población sana y educada tiene muchas más opciones de progresar.

Sin embargo, no sólo se quedó ahí, porque como es lógico, la gente necesita comer y beber, así que también llevó adelante miles de programas de ayudas a agricultores para dotar de agua a sus poblados y de créditos a sus actividades para que pudieran aumentar su producción de alimentos. Los países pobres necesitan herramientas de desarrollo, económicas y políticas para impulsar su producción agrícola. Algo que Vicente Ferrer sabía muy bien tras tantos y tantos años luchando contra el hambre, la pobreza y la desigualdad.

De haber sobrevivido un día más, seguro que estaría muy triste de leer los datos publicados hoy por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), según los cuales, el hambre en el mundo alcanzará un récord histórico este año, ya que 1.020 millones de personas pasan hambre a diario.

Un ideal fijo en la cabeza le acompañó durante toda su vida: poder ayudar a los demás, construir un mundo mejor. Es la máxima que siguió Vicente Ferrer, un cooperante infatigable que a lo largo de medio siglo de trabajo constante e incansable ha demostrado su compromiso con los más desfavorecidos. Para muchos, es la personificación de la humanidad y bondad desinteresada.

Está claro que los valores que defendía, deberían ser aquellos que todas las personas y grupos políticos impulsaran. Solidaridad, derecho a una vivienda, a un plato de comida, sanidad y educación universales, y en definitiva, igualdad, igualdad verdadera, no solo sobre el papel, igualdad de derechos para ricos y pobres, para hombres y mujeres, para discapacitados y no discapacitados, para todos y cada uno de los seres humanos que hay sobre la faz de este planeta.

En definitiva, ha sido una gran pérdida para la consecución de un mundo más justo. Durante años luchó por ello, por conseguir un mundo en el que todos, sean cuales sean nuestras condiciones sociales, podamos ser felices. Por todo ello, solo cabe decirle: gracias.


Nota: Relacionado con esto, aunque no directamente, recomiendo una película

No hay comentarios:

Publicar un comentario