viernes, 10 de julio de 2009


Garoña sí, Garoña no

Este es el dilema con el que llevamos un par de meses y que el presidente del Gobierno se ha encargado de resolver. Garoña sí, durante 4 años más, esto es, hasta 2013. Ahora bien, como era de esperar, eso no ha cerrado el debate, y ni ecologistas ni pronucleares están de acuerdo. No seremos nosotros quienes demos la razón a los segundos, que solo piensan en los beneficios económicos que van a dejar de tener, y tampoco a los primeros, amigos y compañeros de aquellos que defienden y justifican que los lobos se coman el sustento de los ganaderos cangueses. Por lo tanto, si ninguno de ellos está de acuerdo, se podría pensar que la decisión es acertada. Ahora bien, eso no es suficiente para justificar o no el cierre, y dado que no somos expertos en fuentes de energía y que aquellos que lo son no se ponen de acuerdo, vamos a intentar exponer los hechos de una forma imparcial y objetiva.

Es un hecho que los españoles preferimos energías limpias como la solar, la eólica, etc., ya que según las últimas encuestas, el 75% de los españoles están en contra de la energía nuclear. Sin embargo, surgen numerosas cuestiones, ¿son suficientes las energías renovables? ¿podemos vivir sin la energía nuclear? ¿a qué precio?

Nuestra opinión es que sí, se puede vivir sin ella. Si las energías renovables suponen ahora el 25% de la producción, cuando las inversiones en I+D+i den sus frutos y se hagan más eficientes las placas, los molinos, etc., no sería descabellado pensar que podamos generar toda nuestra energía de forma limpia y sin residuos. Esa debe ser nuestra meta.


Ahora bien, la realidad nadie la sabe, sobre todo, porque el futuro no se puede prever. Somos, por desgracia, y como casi todos los países europeos, un país muy dependiente energéticamente del gas y el petróleo de rusos y árabes, ninguno de ellos de demasiada confianza. Afortunadamente, los inviernos en España no son como en Centroeuropa, lo que nos hace menos vulnerables a crisis como la del gas entre Ucrania y Rusia el invierno pasado.

A pesar de todo, y si no estuviéramos en lo cierto, hay que tener en cuenta que si la energía nuclear fuera indispensable, el futuro no se hallaría en centrales de la época de Franco, sino en centrales modernas, de tercera generación, como las francesas.

Los que están a favor de mantenerla abierta esgrimen, principalmente, la dependencia energética ya mencionada. La producción de la central se sitúa en el 1% de la energía eléctrica española. No entraremos a valorar si eso es mucho o poco, porque ya se sabe, para unos un 10% es poco y para otros un 0.5% es mucho, y ese no es el quid de la cuestión.

A favor de su cierre el hecho de que es la central nuclear más antigua de España con 38 años, y que fue construida para funcionar durante 40. Además, es la más pequeña de todas y la que más residuos genera. Visto así, parece una temeridad dejarla abierta 10 años más.

Es muy fácil decir que Garoña es segura sin ninguna prueba. Es muy fácil minimizar la importancia de las grietas en la vasija del reactor (parece el típico error de película que causa una tragedia). Ninguna central nuclear en el mundo ha pasado de los cuarenta y pocos años. Arriesgarse supone, en este caso, tirarse de un avión sin saber si llevamos o no paracaídas. Las consecuencias de un fallo en una central de este tipo son catastróficas; la cantidad de víctimas mortales, enorme; la cifra de afectados, dantesca.

Un ejemplo claro de tragedia es Chernobil. La explosión de su 4º reactor emitió una radiación 100 veces superior a Hiroshima y Nagasaki juntas. Aún hoy en día los 30 km alrededor de la central se consideran zona prohibida para la vida humana, con una contaminación 70 veces mayor a la permitida. A 100km de distancia, los niveles de cáncer multiplican por 100 los niveles de antes del accidente. Y no es el único caso: EE.UU, Japón, incluso España, por citar alguno de los países desarrollados con energía nuclear, han tenido fallos de mayor o menor consideración en sus centrales.

Creo que ninguno de nosotros, seamos de derechas o de izquierdas, estaría dispuesto a que le pusieran una al lado de casa, en el Reguerón por ejemplo. Los riesgos son enormes. Demasiado expuestos a una tragedia, tanto fortuita como provocada (no nos olvidemos que hay mucho loco suelto por el mundo).

Aún poniéndonos en el hipotético caso de que nada fallara, sigue habiendo otro gran problema: los residuos. ¿Que se hace con ellos? Cualquiera que recuerde un poco de la física del instituto sabe que no desaparecen en 10 años, ni en 100 ni en 1000 ni en 10000. Estamos hipotecando a las generaciones futuras. Estamos dejándoles una bomba de relojería que, no nos engañemos, tarde o temprano explotará. Una guerra convertiría a los cementerios nucleares en objetivo. Un desastre natural podría destruirlos. Son tantas las variables que parece imposible que nos libremos de todas. Ya lo dicen las leyes de Murphy: “si usted intuye que hay varias posibilidades de que algo vaya mal y las evita, al momento aparecerá espontáneamente una nueva”.

Una reflexión parece obligada e imprescindible sobre todo esto. En temas de importancia vital como son la energía o la seguridad nacional, tanto interna como externa, no deberíamos encontrarnos con que la oposición pretende hacer política a costa de ello. La unidad de todas las fuerzas políticas debería ser absoluta, y las decisiones tomadas deberían pensar, única y exclusivamente, en el bien de los ciudadanos de este país. No se puede virar de rumbo cada vez que gobierna un bando. Bueno, poder se puede... más bien, no se debe. Jugar con temas de vital importancia por un puñado de votos es imperdonable. Aznar cerró Zorita. Y ahora el PP pone el grito en el cielo por Garoña. Hipocresía pura y dura. Un poco de cordura, por favor.


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