La primera vez que pude comprobar la pobreza de Haití fue hace unos años, cuando el guía de nuestro viaje de estudios a República Dominicana, nos informó de que las plantaciones de caña de azúcar que estábamos viendo, eran recogidas por haitianos. “¿Cómo por haitianos? ¿Por qué no las recogen los de aquí?” dijimos inmediatamente. No podíamos creernos que con la miseria que había a nuestro alrededor, el trabajo duro aún lo hicieran otros. ¿Cual era entonces la situación de Haití? Pues peor, mucho peor. Principalmente por dos motivos: la esquilmación de los recursos naturales y la violencia y el descontrol que impiden que los sectores industriales y de servicios -especialmente el turismo que sí es un negocio floreciente en su vecino del este- puedan desarrollarse. Esto es lógico, nadie invierte dinero en un país “problemático”.
Aproximadamente, un 75% de la población depende de la agricultura, organizada en pequeñas explotaciones que solo permiten la subsistencia debido al empobrecimiento del suelo. Peor incluso que los suelos pedregosos dominicanos que me hicieron pensar en como era posible que aquellas vacas sobrevivieran. Esta dramática situación tiene su origen en la sobreexplotación y la erosión del terreno, consecuencia de una descontrolada deforestación que ha llevado la superficie arbolada de Haití a menos del 2%.
Una vez comentados los motivos principales, vamos a intentar poner la pobreza en datos aunque realmente para apreciarla de verdad solo hay una solución: verla. Haití tiene una renta per cápita de 772 dólares -poco más de 2 dólares diarios-, lo que lo convierte, no solo en el país más pobre de todo el continente americano, sino en uno de los más desfavorecidos del mundo. El 55% de su población vive bajo el umbral de pobreza -menos de 1.25$ al día-. Por otra parte, los indicadores sociales también colocan a Haití en los puestos más bajos del planeta. Por poner un ejemplo, están en el puesto 150 de 177 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, situados entre Papua Nueva Guinea y Sudan, muy lejos de sus predecesores en el continente americano -Nicaragua y Guatemala- y por detrás de países como Kenia o Yemen.
Y ahora una sucesión de datos estremecedores:
- El 90% de los niños del Haití sufren de enfermedades hídricas y de parásitos intestinales. Esto se debe a que el 42% de la población no tiene agua potable.
- Los casos de tuberculosis son de diez veces más alto que el promedio del resto de América Latina.
- El número estimado de personas que viven con VIH es de 120.000
- El número estimado de niños (0 a 14 años) que viven con VIH es de 6.800
- Todos los niños vacunados del país, sea la enfermedad que sea, lo son gracias a la ayuda extranjera.
- La cantidad estimada de huérfanos entre 0 y 17 años es de 380.000
- La esperanza de vida al nacer es de 61 años
- La tasa total de alfabetización de adultos es del 62 %
- Alrededor de un 60% de los hogares rurales sufren una inseguridad alimentaria crónica, y un 20% son extremadamente vulnerables. Se calcula que un 32% de los hogares en las zonas urbanas sufren inseguridad alimentaria de manera cotidiana, y un 26% sufre esta inseguridad de manera frecuente.
Leo estos datos y no puedo evitar pensar en las palabras del obispo Munilla cuando dijo que nuestra pobreza espiritual es un mal mayor que la tragedia de Haití. La verdad, creo que la suya sí. Porque en Haití al menos tienen esperanza, pero la pobreza espiritual del señor Obispo de San Sebastián, no tiene remedio. Eso sí, que no nos compare al resto de españoles con él. Puede que no cumplamos sus exquisitos preceptos morales, pero nuestro espíritu no está tan podrido como el suyo. Y que tampoco se preocupe por decirnos que no vayamos a la iglesia a comulgar si apoyamos la Ley del Aborto, principalmente porque aún siendo creyentes no es necesario acercarse a personas como él para poder rezar. Solo hay que seguir San Mateo 6, 5-6: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.”
El párrafo anterior, para los que no se hayan dado cuenta, es una forma sutil de decirle al Obispo que se vaya a recoger amapolas al campo. Ni necesitamos de sus consejos, ni nos importa lo que opine. Hay un dicho que me viene a la cabeza cada vez que alguno de estos iluminados sale a decir una de las suyas: “No temo a los dioses, sólo temo a aquellos que afirman hablar en su nombre.”
Una vez dicho esto, volvemos a lo realmente importante. Ha pasado ya una semana desde el terremoto y el drama en Haití se multiplica hasta convertir esta zona de la isla de La Española en el infierno del planeta. El miércoles, una réplica más intensa de lo habitual, se encargó de tirar lo poco que quedaba en pie. Así pues, Haití es un país olvidado que, si ahora precisa nuestra ayuda urgente, necesita que en el futuro la comunidad internacional no lo olvide, necesita los medios para valerse por si mismo, porque sino, los datos mostrados unos párrafos más arriba, serán infinitamente peores.
Los que quieran más datos | Unicef
Imagen | Los Calvitos
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